jueves, 22 de abril de 2021

Beso Mortal - Capítulo 5

Obra Jean Lecomte du Nouÿ, 1863.


Capítulo 5


Narrara lo que viví pero fue tan horrible que estaría pintado de pura tristeza y odio. Solo diré que él lo disfrutó, yo no. Una vez más celebraron mi unión mientras yo quería eliminar el pasado, quitarme el dolor de entrañas y el aroma de su sudor en mi piel. Entre pasillos oí como lo felicitaban porque su estirpe estuviera a punto de agrandarse. Me llevaron el desayuno y me negué, todo me asqueaba. Lo ocurrido hubiera sido diferente con Paolo; apenas lo conocía pero lo poco que había probado resultó tan mágico que creí que así sería por el resto de mis días ¡qué vana ilusión nos da la vida!


Esa noche aunque moría de hambre no comí. Gianciotto se acercó y me pidió que por favor comiera, me opuse con más fuerza. Luego acudió mi padre, a quien no quería ver por mucho que lo amase, me costaba aceptar la traición hecha. Hasta que no resistí más y al día siguiente me acerqué a la cocina y me prepararon una comida especial. De allí en adelante digamos que las cosas comenzaron a marchar como debía ser, no sin desistir de mi mal carácter y una que otras negativas como modo de protesta, al menos así podía expresarme. Una semana después de casada, apareció aquel hombre del que mis ojos se habían enamorado en pocas horas: Paolo.


Mi padre aún no nos había dejado vigilando mi carácter de recién casada, para que todo tomara el curso de su beneficio. Él y Gianciotto recibieron a Paolo con aquella fraternidad enorme y cuando me vio detenida al pie de la escalera no pudo evitar bajar su rostro unos segundos y dirigirse al salón para no verme. Más que pena y vergüenza debería tener de haber participado en aquella farsa. El resto de la tarde me la pase encerrada y en la noche apareció de nuevo el adefesio de mi esposo buscando, como cada noche, mi cuerpo para su placer.


Dos semanas después, ya sin la presencia de mi padre, reapareció Paolo preguntando por su hermano. Lo atendí por cortesía, lo hice pasar y sin que dijera nada, pasó a la salita y se sentó. Me quedé de pie en la puerta sin saber qué significaba aquello. Segundos después me pidió que por favor tomara asiento frente a él, yo preferí quedarme de pie bajo el umbral, desde allí podía igual escuchar lo que quería decirme. Inició con una perorata de disculpas, excusas mezcladas con presión política y social a la que sabía yo también estaba sometida. Añadió que estaba casado con Orabile Beatrice desde hacía seis años, una mujer encantadora la cual yo apenas conocía de mención, y sintió vergüenza pero aceptó. Preguntó finalmente si lo perdonaba y me negué, cómo era posible que a pesar de estar casado hubiera cedido a mi engaño y aunque por dentro quería decir que sí, regresar el tiempo y que fuera él quien me tomara aquella primera noche. Reaccioné y sostuve mi palabra hasta que se marchó.


Ese escenario comenzó a repetirse cada quince días, acudía justo cuando Gianciotto no estaba. Una de esas ocasiones le pregunté por qué acudía en ausencia de su hermano, me explicó sin tapujos que había sido expresamente amenazado si se disculpaba conmigo. Comprendí, era orgullo masculino aflorando por todos los hombres que me rodeaban. A pesar de eso no lo disculpé.


En otra ocasión, cuatro meses después, hizo lo mismo de siempre pero esa vez fue más lejos, me tomó de la mano y yo, al principio, no tuve valor para retirarla, ese toque era tan distinto al rustico de mi esposo que me quedé sin decir ni hacer nada. Luego oyendo ruidos que venían de la cocina, quité mis manos con brusquedad de las suyas y le pedí que se marchara. A esto le siguió una primera carta que leída y recibida, se la rompí en cara cuando vino nuevamente con disculpas. Ese día vi rodar una de sus lágrimas mientras recogía los restos de papel y también, levantándose, se detuvo bastante cerca de mi rostro, no hizo nada pero pude oler su respiración que me embargo los labios y recordé el beso de hacía meses. Con esfuerzo le susurré que se fuera y así hizo. Honestamente no sé por qué insistía tanto en recibir mi perdón si solo era su cuñada, una mujer más en su familia, además estaba casado.


De todo esto Gianciotto no sabía nada, pues aunque ya los males habían pasado, mi comunicación con él era muy tosca. Dos meses después reapareció. Aquello se había convertido ya en un rito: él pasaba a la salita y yo lo seguía para atender las estúpidas frases que aun así me permitía el tiempo de escuchar. Ese día fue diferente. Hacía al menos un mes atrás ya me cansaba esperar de pie, así que tomaba lugar en el mueble frente a él. Siempre ocupaba el mismo, él que estaba junto a la puerta y yo el más ancho frente a este. Inició el mismo discurso de siempre, aunque debía admitir que tenía un cuñado bastante creativo, pues siempre decía con diferentes palabras una misma cosa y en el fondo aquello me conmovía. Por fuera seguía mostrando mi rudeza mientras que por dentro me derretía y me creaba escenarios que nunca tuvieron lugar.


Cuando terminó de hablar se levantó de su asiento y se arrodilló ante mí y dijo «¡Perdóname, por favor!». Yo mantuve mi mirada seria, luego agregó «No podría vivir sin ti», aquella frase hizo retorcerme por dentro de una manera inexplicable en la que sentí deseos de abrazarlo fuerte contra mí pero ya nada se podía. Debía un respeto, él debía estar consciente de eso. Cansada de tantas visitas y sin fin alguno, aceptando que en el fondo a mí me gustaba que me adulara, que pidiera algo que solo yo poseía para él, le dije que lo perdonaba. Aquel hombre saltó de alegría y sin pensarlo se lanzó a mis labios. Quise rechazarlo y no pude, pasaron segundos para darme cuenta y empujarlo. Quedé horrorizada, nadie nos había visto pero de ocurrir todo sería desastre. «¿Sabes que vas a ser tío?» le lancé la pregunta defendiendo la reciente escena como para que le doliera más la mínima traición cometida contra mí si es que realmente me quería como dijo. Yo debía recomponer mi rudeza. Llevé mi mano al vientre y le comenté los detalles de los que me había enterado hacía dos semanas. Pareció dolido y así se marchó.


Durante ese primer mes en el que gestaba todo fue atención para mí, la cual agradecí. A pesar de la fealdad de Gianciotto ya había aceptado que era mi esposo y nada podía hacer, así que ya su primer hijo venía. Incluso lo celebraron con una reunión aprovechando la ocasión de que nuestro casamiento había causado un revuelo que conllevó la expulsión definitiva de los Traversari, bando enemigo que habitaba Rávenna. En dicha reunión su hermano apareció fugaz y frente a éste, me saludó y felicitó respetuoso. El festejo, como todos los celebrados, se extendió hasta la tarde en la que el sol ya nos había abandonado, en uno de esos momentos en que Gianciotto atendía unos asuntos de emergencia, Paolo se coló a la alcoba a la que recién había entrado para descansar. Asustada le pedí que se marchara, si nos veían allí sería grave para los dos a pesar de no hacer nada. Paolo no tardó en lanzarse contra mi cuerpo, me arrastró tras la puerta donde sus labios y manos volvieron a buscarme como el día de mi boda. Él siempre supo qué hacía, yo siempre supe quién lo hacía. Mi cuerpo se dejó llevar completamente, acepté todos sus besos veloces, recibí el calor de sus manos en mi cuello, en mi seno y cintura. Llevada por la tentación de no poder olvidar aquel hombre, también le revolví el cabello, respiré su cuello y sentí su saliva corriendo por mis hombros. No sé de dónde saqué fuerzas para tumbarlo sobre el lecho luego de haber reaccionado. Salí despavorida de aquel cuarto mientras me arreglaba agitada el vestido. Me perdí en el depósito de licores por unos minutos, allí me tranquilicé y preferí regresar a la reunión. Busqué en las miradas del servicio, en la de Gianciotto, no distinguí que nos hubieran visto así que todo continuó como si nada hubiera ocurrido.
 ___________________________

Por ahora quizá este es uno de los capítulos más largos, aunque necesario. Las cosas se van torciendo un poco.
_________________________

Si te perdiste el capítulo anterior, puedes leerlo aquí: CAPITULO 4.

Para seguir leyendo: Capítulo 6.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario