lunes, 19 de abril de 2021

Beso Mortal - Capítulo 2

Obra de Ary Scheffer. Paris, 1832.


CAPÍTULO 2

Según las señales, ya estaba lista para ser una mujer a cargo de un hogar y yo no me sentía así. Lo único nuevo eran los dolores de vientre que me hacían odiar y entristecer por todo en ocasiones. Mi prometido apenas se enteró que ya podía dar hijos, quiso apresurar los planes pero mi padre, firme, insistió en que debía esperar a que me adaptara a la nueva costumbre. En esos días vino a mi memoria el secreto que me había contado la doncella hacía un año atrás, todo lo que debía hacer y lo que no. Lo que se suponía sentiría y demás. Me volví a horrorizar.

Ese año de 1273, ya con catorce años, fue muy extraño, la costumbre no fue lo único nuevo, también aquellos fuegos que nacían de mi interior y que no sabía cómo apagar; me daban calores que los baños que mandaba a preparar no me los calmaban del todo. Una mañana desperté así y acudí a la cocina en busca de algún dulce que distrajera mi mente. No estaba la cocinera pero sí su joven ayudante, una adolescente como de mi edad que apenas entré se asustó, le pedí que se tranquilizara y expliqué mi visita. Atendió a mis pedidos y antes de marcharme pensé que ella podría entender por lo que estaba pasando y serme de alguna ayuda. Cuando me volví hacia ella tuvo la misma reacción, le dije que estaba allí como una completa amiga. Ella, cuyo nombre ahora no recuerdo, mencionó que no tenía ninguna pues su trabajo ahí en la cocina se lo impedía. Quise sentir pena pero la espanté al instante, sigilosamente me fui adentrando en una superficial confianza; quería solo la necesaria para hacer la pregunta personal. Hasta que llegó y pude preguntarle la edad, sentí asombro al saber que era mayor que yo por un año y ya se encontraba allí trabajando. Lastimosamente no todos en el mundo corrían con la misma suerte de nacer con monedas de oro bajo el brazo. Allí me lancé con discreción y pregunté que sí tenía la costumbre, ella asintió sin saber por qué la pregunta. Sin contenerme más pero con el mismo sigilo le expliqué todos aquellos síntomas y ardores que llegaba a sentir cerca de aquella fecha, y pregunté si sabía algo para aliviar alguno de ellos.

La cara de esa muchacha enrojeció y al notar mi insistencia me llamó a un rincón de la cocina, no sin antes mirar a los lados que nadie oyera, allí me contó lo que ella hacía desde hacía dos años atrás en que vivió lo mismo. Me sentí tonta cuando me explicó y tuve que repetir su breve discurso para corregir mi memoria de lo que entendía. Luego apareció la cocinera y nos asustó a las dos susurrando. Le preguntó un montón de cosas a la joven ayudante de las que debían estar lista, me di cuenta que la había distraído de sus quehaceres y abandoné la cocina con la mente llena de nuevas ideas que no conocía y que quizá debería experimentar.

Aquella misma noche, cuando ya debía estar dormida y todas las velas estaban apagadas, no conciliaba el sueño. De un momento a otro entre las vueltas y mis últimos sueños sentí que la piel comenzaba a quemarme ligeramente desde adentro. Me concentré en intentar dormir sin lograrlo hasta que recordé lo de la joven cocinera. Dudé si debía ponerlo en marcha. Según a ella le había funcionado así que luego de un consenso conmigo inicié con pena.

Deslicé la fría mano hacía mi intimidad y la dejé reposar donde el calor era intenso y palpitaban los nervios, sentí cómodo que mis dedos se contagiaran de aquel clima. Sabía lo que seguía pero temía hacerme daño y que todo terminara en una situación vergonzosa. Incliné mi dedo medio para que se adentrara un poco en aquel nuevo ambiente del que yo nada sabía. Solté un respingo por la sensación que aquello causó. Con lentitud moví y giré el dedo donde se me había indicado. Un corrientazo surgió de aquella fricción que se esparció por todas mis piernas y el estómago. Asustada retiré la mano rápido, sin embargo era una sensación agradable así que la retomé hasta hacerme cerrar los ojos y caer en un estado de letargo. Mantuve ese ritmo hasta sentir como cierta humedad aparecía, añadí un nuevo toque, deslicé mi dedo hacia una mínima protuberancia carnosa donde hice ligera presión con más movimientos y maximicé lo sentido, me vi elevada de la cama por un segundo por el gusto que se esparció por mi cuerpo. Allí trabajé unos minutos y luego caí cansada, como si hubiera dado un pequeño trote por los cielos. Extrañada con todo aquel escenario retiré mi mano y me giré en seguida con una sonrisa a dormir. Fue uno de los mejores descansos, pues sin saber en qué momento partí de este mundo real y en cuál llegué al onírico donde aún flotaba de gusto.

Aquella fue solo la primera vez de varias que siguieron, pues el cuerpo una vez que prueba parte de los placeres de la vida, los anhela todos sin reproche y ¡ay de aquel que se los niegue! porque él mismo buscará sus medios para saciarse como si de otra mente se tratara. Hubo momentos en donde no fue necesario por lo distraída que me encontraba y en otras ocurría dos veces en el día y al final de este terminaba sintiéndome culpable por haberlo hecho ¿Era aquello normal? ¿Cuánta gente lo practicaría sin que nadie lo supiera? Que sensación tan contraria la de una mente que quiere saciarse y cuando ocurre se culpa.

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¿Qué tal les va pareciendo esta historia? Aquí apenas la historia va agarrando vuelo para lo que se viene.
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Si te perdiste el primer capítulo, puedes leerlo aquí:
Capitulo 1

Para seguir leyendo:

Capítulo 3

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