martes, 20 de abril de 2021

Beso Mortal - Capítulo 3

Obra de Giuseppe Frascheri, 1846.


CAPÍTULO 3


Hasta que llegó aquel día esperado, el día de mi boda con apenas dieciséis años. Muchas veces le había dicho a mi padre cómo quería que fuera mi futuro esposo y él solo carraspeaba y decía que haría lo que pudiera, que todos en Rávenna eran feos como él, lo que me hacía reír y causaba que olvidara el resto.


Qué extraña costumbre esa la de conocer al esposo en plena boda, se debería conocer desde antes para saber si realmente se desea pasar toda una vida en su compañía. Él puede que pensara lo mismo, quién sabe. Esa mañana de 1275 todo era movimiento en la casa, en los jardines, cocina y más aún en el salón grande. Por un lado me sentí emocionada porque todo aquello se debía a mí casamiento aunque lo contrarrestaba el desconocer quién sería el hombre que debía amar por el resto de mis años, el que me haría, según mi doncella en secreto, sentir el cielo y amar todo de la vida. Siempre me pareció que exageraba pero yo no era quién para saber si aquello era cierto, era una joven inexperta en muchas cosas.


Ya con el vestido, los arreglos y demás, me acompañaron hasta el jardín donde todo estaba dispuesto. Sin poder ver aún oí que anunciaron al prometido y segundos después a mí. Nerviosa avanzaron mis piernas aniñadas mientras que mis ojos escrutaban el sujeto que estaba de espaldas a mí junto al altar. Era alto, buen porte, parecía ágil. Finalmente me dio el rostro cuando avancé y no supe qué decir. Era uno de los hombres más bellos que recientemente había visto por el lugar. Sus ojos claros y su piel reluciente casi como la mía, no debía de llevarme más de diez años. No pude más que sonreír tímida. En mi mente retumbaba la emoción por saber que Gianciotto realmente era un hombre apuesto y sería mi esposo, por ese lado no tenía ninguna queja. Luego siguieron el resto de los nervios comunes. Oficiaron la boda y pude con trabajo decir que “Sí” ya que desde hacía días un “No” retumbaba en mí predisposición a que fuera un sujeto desagradable a mi vista. Sé que eso traería problemas y aunque tal vez no lo hubiera pronunciado, de ser posible, desataría más conflictos que se estaban resolviendo.


Después ocurrió, mi primer beso; Gianciotto pareció mirar a mi padre como verificando que éste le daba permiso lo que me pareció cómico ya que estábamos casados y se suponía que eso era lo que hacían los esposos. Yo solo sonreí y esperé inquieta hasta que sus labios chocaron con los míos en un toque veloz y de retirada temerosa ¿Era posible que él estuviera también nervioso? Claro que sí, solo que el beso fue mil veces mejor en mi imaginación.


La celebración se dio en grande, así que comimos y por primera vez pude probar alcohol libremente. Luego anunciaron nuestra despedida y nos fuimos a la entrada donde nos esperaba un carruaje para llevarnos a Rímini. Mis manos se helaron y Gianciotto con esa bella sonrisa me decía una y otra vez que no me preocupara, que todo estaría bien y que a partir de ahora sería la mujer más feliz. Por generales que sonaran aquellas palabras, en mis oídos eran como dulce miel de la que nunca había probado.


Subimos al carruaje y al llegar a su casa nos recibieron con festejos. Noté que pareció buscar nervioso a alguien entre todos y lo disimulaba con una sonrisa. Sin demorar tanto, subimos a la habitación. Gianciotto cerró la puerta tras de sí y yo ya me agitaba de solo pensar lo que seguiría. No sabía si podría con aquello, tenía demasiados pensamientos girando que no me dejaban tranquila. Él solo se quedó de pie allí y me miró. Me preguntó cómo me sentía y le dije que bien pero insistió, sabía que algo se ocultaba tras ese monosílabo, así que le conté lo nerviosa que estaba, él debía saber por qué. 


Se sentó a mi lado en la cama, tomó mi mano entre las suyas y luego llevó una a mi mejilla, sentí su calor tal como en aquel sueño de hacía años, la diferencia que ahora que sí lo detallaba, todo se sentía mejor. Allí sentados me miró largo rato, como si estuviera pensando mucho en cómo podría reaccionar si hacia algo, sacudió la cabeza y se acercó, me dio mi segundo beso el cual sí fue como deseé, a pesar que era inexperta sentí que me guió en aquel pequeño arte. Sus finos labios se acompasaron con los míos lo que causó un estallido dentro de mí, ardor entre mis piernas y un calor en toda mi boca. Su lengua comenzó a asomarse cual tortuga tímida. Al principio no supe qué hacer y él lo notó. Me dijo que me dejara llevar y así fue. Su lengua finalmente salió de su boca y se resguardó para juntarse con la mía, paseó por el relieve de mis dientes y yo lo imité. A mitad del beso sonrió. Con una mano sujetó mi cuello y con la otra sostuvo mi espalda y me fue recostando en el lecho mientras él venía sobre mí. Creí que faltaba menos para sentir aquel dolor del que me habían contado. El beso siguió un rato más y luego se separó para recorrer mi cuello con su lengua lo que intensificó aquel extraño deseo de volver a tocarme como aquellas noches. De pronto la aldaba de la puerta resonó con estruendo y él se levantó de prisa, me dio la espalda para acomodar sus ropas y abrió. Alguien, no sé quién, lo llamó y le pidió que saliera. Cuando regresó, se disculpó por haber tardado. Pensé que retomaríamos aquel beso, en cambio me pidió que me pusiera ropa cómoda porque aquel vestido no lucía muy agradable de llevar por tanto tiempo. Reí, tenía razón.


Apenas regresé a la cama cambiada noté que él seguía igual. Imité su pedido, sin embargo me dijo que él sí estaba cómodo. Me pareció extraño. Yo me metí bajo las sábanas y él se recostó a mi lado. Los dos mirando al techo sin decir ni hacer absolutamente nada. Yo solo esperaba que reiniciara aquello que quedó incompleto para proceder a consumar el matrimonio. Allí quieta me fui quedando dormida y sin preocuparme más me giré dándole la espalda hasta que no supe de mí por aquel día feliz.
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Inauguro oficialmente el primer reflejo erótico de este relato. Espero lo estén disfrutando
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