sábado, 24 de abril de 2021

Beso Mortal - Capítulo 7

Obra de Lionel-Nöel Roger, 1890.


CAPITULO 7


Apenas entramos nos dimos cuenta que lo único de abandonado era el aspecto de la casa, por dentro el cobertizo se notaba activo aunque en ese momento no había nadie. No sabíamos si llegarían pronto así que me guió tras el montón de pacas de heno armados como torre y continuamos con el beso que yo había interrumpido, sus manos volvieron a buscar mi cuerpo. Las respiraciones agitadas se sucedían una tras otra mientras

que su boca me exploraba con pasión. Me concentré en sentir el sabor de su lengua y el dulce que anhelaba de sus labios. Con aquel beso me fue llevando contra las pacas a mi espalda y las prendas fueron cayendo a nuestros pies. Un cordón se desataba a la vez que una mano se intentaba perder entre las piernas, una manga era apartada para sentir al instante que su boca sorbía una aureola y allí comenzaba a eternizarse un extraño placer entre el miedo, la adrenalina de ser descubiertos y efectuar un pecado.


Ya sin nada que estorbara me tocó de arriba a abajo, concentrando atención en puntos específicos de la piel que me hicieron soltar leves quejidos con una extraña desesperación ligada al calor. Una de sus manos me sostuvo el cuello para que no me alejara de sus labios y la otra viajó a mi entrepierna para esparcir la humedad hacia dentro y fuera que había aparecido. Mi sonido se fue agudizando en el breve espacio que me dejaba entre los besos y yo solo supe aferrarme torpemente a su cuello con mi boca para que no me soltara de aquel placer que iniciaba en mi cuerpo.


Apenas apartó sus manos, me dejó hacer y repetí su movimiento de recostarlo contra el heno mientras que yo me arrodillé para poseer su entrepierna de las maneras posibles y llevarlo al delirio. Su mano se enredó en mi cabello y me guió en los movimientos rápidos y acompasados a los que yo misma me sometía.


Sin previo aviso me arrebató el dominio, desenredó su mano y me llevó sobre la espalda. Subió sobre mí para poseerme con lentitud. Sentí dejar escapar un gemido autentico en tantos meses que me asusté pero retomé la concentración, él lo notó y solo sonrió, leve gesto que se sumó a toda la satisfacción de vivir algo bueno finalmente. Ya recién explorada, el movimiento previo comenzó con movimientos ralentizados llevándome lejos de aquel lugar, luego fueron ganando velocidad, la piel de sus piernas golpeaba contra las mías y yo ya no veía heno, no sentía calor ni miedo, solo era placer que me hacía viajar por las sublimes fantasías que tanto había soñado. Producto de esto mi voz se alzó en un monosílabo sonoro que Paolo ahogó con sus besos sin detener su cadera que también besaba una y otra vez mi pubis.


Varios minutos después todo se intensificó, el ligero dolor con el placer se volvió uno y la sensación de que mis cantaros internos se romperían maximizando todo se acercaba. Me aferré a su espalda clavando las uñas, mis piernas a su cintura para que no me abandonara y así se lo hice saber. No debía detenerse. Esmerado mientras el sudor de su frente me bañaba el pecho con enormes gotas, sentí como mis mares estaban listos para ceder apenas Moisés volvía a pisar tierra. Cerré los ojos con intensidad para entregarme una tercera y cuarta vez e irme a ese cielo desconocido en el que quería seguir habitando. Minutos después él me alcanzó y me acompañó a posar en una de esas nubes esparciendo sus líquidos acompañado de sonidos ahogados parecidos a los míos.


Como una cuerda atado a su propósito nos quedamos inmóviles por otros minutos más, él sobre mí sin dejar de habitarme y yo bajo su pecho sudado embargada por una paz inexplicable cual lago solitario. Ninguno dijo nada hasta pasado un rato en que se levantó y comenzó a vestirse y yo lo seguí. Justo en ese momento se oyeron ruidos de que alguien se acercaba, un granjero sin sospechar que estábamos en el fondo, entró a guardar su caballo, apenas entró a su casa, corrimos prófugos dejando nuestro primer amor sobre hebras de heno en una granja desconocida. Ya en el camino con la respiración regulada y arreglados en lo posible, lanzó varias preguntas para saber si todo estaba bien. No pude más que asentir. A pesar que ese hombre me traía loca de pasión, sentía que aceptarlo, a pesar de lo que ya había ocurrido, era darle poder y aún no sería. Cuando pasábamos por el árbol donde me había recogido, me incliné rápido y le di un beso en la mejilla, le dije que se detuviera, él no debía acompañarme más en el camino. ¿Se iba a repetir? No lo sabía ¿Me había gustado? Sin duda, pero no se lo demostré con palabras. Me despedí con un saludo común y reemprendí el camino.


Entré a la casa rápido antes que alguien pudiera notar cualquier desorden inusual en mis ropas, pasé a mi alcoba y comencé a cambiarme cuando apareció mi doncella. Mi padre la había hecho mudarse conmigo por confianza, para que me fuera de apoyo emocional y también siguiera trabajando. Ella se quedó de pie luego de cerrar la puerta y sus simples palabras me neutralizaron. «¿No le da miedo traicionarlo con su hermano?»
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¡Ahora sí! Entramos de lleno a lo que se imaginaban y las cosas se siguen torciendo este pequeño drama erótico.
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