CLIMA LLUVIOSO Y UNA RISA INOCENTE.
Salí temprano para hacer la respectiva cola que se hace por mi sector para tomar el bus que me lleva al centro, con más de 100 personas por delante, estimé subir en el sexto o séptimo ruta que llegara, ya la experiencia te lo dice.
Apenas formado vi otro hombre, no era el mismo de hacía días, comprando billetes de 1 dólar en físico pagándolos con bolívares en efectivo. Sacó el dinero de su koala y se lo entregó a una señora a la vez que ésta le entregaba un dólar. Siguió pregonando su “trabajo” con «Compro dólares, a buen precio. Dos mil doscientos.» Haciendo referencia real a 2.200.000 bolívares, pero es que ya sabemos que está devaluado y por ahorro de no decir la palabra “Millones” lo dejamos en miles. No es el deber ser del habla correcta pero sucumbimos a las masas también en detalles como ese.
Mientras leía mi “Entrevista a Jorge Luis Borges” de Jean Millet, el hombre compró al menos cuatro dólares más. Pensé cuánto tiempo le quedaría para aprovechar aquella “Viveza criolla” a la que nadie ha dado un alto. Aunque entiendo, como usuario también preferiría venderlo a ese precio, pagar 200.000Bs de pasaje y quedarme aún con dos millones. En cambio si se cancela con el dólar, los transportistas te lo valoran en dos millones (cuando el precio real, al menos el de hoy, está en 2.800.000Bs) y además te cobran el pasaje de allí, es decir en tu bolsillo quedan solo 1.800.000Bs.
Quizá algunos digan que 400.000Bs no son nada, pero si supieran la odisea que se vive en Venezuela para conseguir efectivo (colas de hasta 2 horas donde te limitan la cantidad que deseas sacar de TU dinero, y te dan solo el que ellos creen necesario para que veas tú qué haces), con esto sabrías el pequeño golpe económico que debes sufrir día a día, así que sí, yo también lo vendería. Lo veo como un favor, así se ve de este lado como usuario. Como observador externo solo veo esa “Viveza” en donde el astuto (así sea por ilegalidades, aprovechamientos, supuesto inteligente corrupto) siempre gana porque es muy sabido que posterior lo venderá al precio real y a cada dólar le ganará al menos 600.000 Bs.
El clima se mostraba frío pero seco, hasta que de la nada comenzó a caer un leve rocío. Guardé el libro, saqué mi suéter, esto justo cuando ya estaba por subir a un bus. Sí, tardé más de media hora esperando transporte. Apenas sentado, el pasillo lleno donde el «Una doble filita por favor, espalda con espalda» se oye como lema, la lluvia aumento su intensidad, diez cuadras más allá, el panorama era totalmente de un aguacero. «Menos mal ya estaba dentro del bus, si no me estaría mojando» me dije.
Junto a la ventana y al típico comentario dicho por una joven pasajera de «Aquí llueve más adentro que afuera» me di cuenta que una gotera por falta de gomas en la ventanas golpeaba mi hombro insistente. Como pude me incliné a un lado para que estas cayeran directo al asiento.
Yo saqué de nuevo mi libro y medio a salvo del agua, seguí leyendo con cuidado. Detrás de mí iba, supuse, una familia. Conversaban quién sabe qué pero me llamó la atención fue el juego que debía tener el niño de quizá cuatro o cinco años con su padre con temática lluviosa, por lo que apenas entendía de fondo en mi lectura, aprovechaban los vidrios empañados para hacer algún dibujo. El niño soltaba carcajadas que aunque sinceras y tiernas, me entorpecían la lectura.
Luego lo oí clarito decir con entusiasmo «Otra vez, otra vez», mientras que el hombre se negaba riendo y sabía a qué se refería. Hacía menos de un minuto que un frío con más rocío se había colado y no venía de las decenas de filtraciones que tenía el bus, sino del juego previo en donde el hombre había abierto de golpe la ventana para que el niño, quizá, sintiera la lluvia, jugara o algo. No volteé a ver pero las risas seguían constantes mientras insistía en su negación.
El hombre pidió la parada y la mujer y el niño se despidieron de él y comenzaron a abrirse paso entre el mar de gente con tapabocas. «Permiso, por favor» dijo el hombre sentado. El niño imitó la petición con su vocecilla tomado de la mano de su madre. La lluvia no había parado, así que cuando salió pegó un gritito de sorpresa. Tal vez por lo frío, por la cantidad de agua, no sé. Lo cierto es que aquello levantó una risa unánime en los pasajeros que íbamos allí, seguido de comentarios que exprimían la inocencia de aquel niño. «Debe ser que se mojó mucho bajando» me dijo el señor a mi lado atendiendo llamadas seguidas notificando que por donde iba también llovía bastante. Yo sonreí olvidando que tenía tapaboca, así que asentí en silencio sin apartar mi vista del libro.
Luego de aquello me dije que comenzar un día como este, con clima frío, lluvioso, aquella inocente risa no podía ser tan malo y así fue. Un día tranquilo de responsabilidades y diligencias que se fundieron con el calor que apareció apenas la lluvia se alejó. Las calles quedaron inundadas porque el agua no tiene escape, zapatos intentando no inundarse en vano, miradas distraídas pisando charcos (mi caso) y otros desinteresados caminando entre las corrientes porque ya no tenían remedio.
Foto real de hoy en la Calle 32 de Barquisimeto luego que dejó de llover.